Lo que se enseña en la escuela

 

LO QUE SE ENSEÑA EN LA ESCUELA
 
Fare Suárez Sarmiento.
 
Contrario a lo que ahora se afirma, la escuela no es una fábrica de conocimientos, ni un laboratorio científico, lingüístico, histórico, ni mucho menos un centro tecnológico donde se construye conocimiento. Tal resulta el estribillo moderno que parte de la premisa de que el niño es el constructor de sus propios saberes. Más bien parece un eslogan publicitario, cuya eficacia se derrumba frente a las insuficiencias evidentes del aprendizaje escolar.
La misión de la escuela es poner en contacto al estudiante con el capital intelectual, axiológico, tecnológico y cultural producido por la sociedad y que el maestro selecciona, clasifica y decide para ser compartido en el aula.
La escuela no es escenario de construcción de conocimiento, sino distribuidora de hechos, eventos, saberes codificados y reproductora de tradiciones culturales que mantienen cohesionados a los grupos sociales.
El conocimiento se presenta establecido, demarcado por el maestro, quien define lo que el alumno debe de aprender, en un tiempo, también determinado por el maestro. Pero a su vez, el maestro lo encontró elaborado, con muy pocas opciones de revisión o rectificación, lo que lo convierte a él en el mediador clásico entre el saber venido desde afuera y el alumno.
El conocimiento externo impone sus condiciones en la interacción del aprendizaje, aporta tanto la carga ideológica del autor como la del grupo de poder que éste representa. No en vano el maestro se esfuerza –en pocas ocasiones- por excitar las pasiones de los alumnos e inducirlos a la reflexión crítica, cuando el pensamiento del autor choca con los intereses de clase del alumno. Un contenido abordado desde esta perspectiva, enriquecería la enseñanza y motivaría el aprendizaje. Seguramente, el aula se llenaría de preguntas y las respuestas se constituirían en una verdadera alfabetización académica.
La educación es uno de los instrumentos de la cultura. Por consiguiente, la escuela actualiza y pone al servicio de los estudiantes los sintagmas que dictan los contenidos elaborados por las instituciones políticas, bajo el control del Estado. Los estándares, las metas, los objetivos, los logros y los sistemas de evaluación, forman una estrategia para preservar la ideología oficial, y el Estado constata su efectividad a través de pruebas externas como Saber e Icfes. Pero no se trata de una verificación acerca de lo pertinente o relevante del aprendizaje, a partir de los resultados, sino de la comprobación de si la escuela viene cumpliendo con el mandato oficial.
El discurso pedagógico apenas alcanza a advertir a la escuela de los círculos viciosos entre los cuales se debate. Vía cerrada semejante a una aporía de significados que se queda en el aula y no logra saltar los muros que la contienen, generando un choque entre la cultura elitizada de la enseñanza y la cultura social cotidiana. Es lo que ocurre a menudo con la comunicación pragmática fuera del aula, tantas veces rechazada por la escuela, sencillamente porque “los estudiantes, vinculándose con la vida y el lenguaje de la calle, adquieren y reaccionan a la información de forma visceral; es decir, los estudiantes hacen inversiones afectivas en determinados tipos de conocimiento” (McLaren, 1.997, en Pedagogía crítica y cultura depredadora, pag.65.)  Sin embargo, la escuela prefiere eliminar la hypókrisis y los refuerzos semióticos que el alumno usa para comunicarse, en lugar de incorporar los actos de habla de los sociolectos a la actividad pedagógica. Tal vez se escucharía menos el lamento docente acerca de la falta de lexis y de la poca dicción de los estudiantes para expresar su pensamiento.
La inflación conceptual de “enseñar” conduce al maestro a pensar que todo lo aprendido por él es digno de enseñar, sin caer en cuenta de que su aprendizaje especializado y específico no puede ser incorporado literalmente a la vida escolar. El aprendizaje especializado, tampoco debe de ser reproducido como producto acabado e inerte. Dicho producto se desplaza en el tiempo y no tiene cabida en todos los espacios. En consecuencia, el aprendizaje especializado conforma un referente cultural al servicio del maestro para que éste  lo prostituya, lo pervierta, lo manipule y llegue al alumno triturado por la sabiduría demoledora del maestro.
 
 
 
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